jueves, 28 de abril de 2016

Jeremías 5.1 Pedro Fuentes Rey

Jeremías 5.1 de Pedro Fuentes Rey, lo encontraréis en la Web de Libros Mablaz (siempre sin gastos de envío), o pidiéndolo en Librerías, Casa del Libro... con su ISBN: 978-84-944937-6-8
Más datos del libro, Reseña, Biografía del autor, en: Blog Libros Mablaz

 Sinopsis
El inspector López está al frente de la investigación de la muerte del director del museo de antropología contemporánea. Todos los indicios apuntan hacia un suicidio, pero esa hipótesis no deja satisfecho al policía.


En un empeño más personal que profesional, continúa investigando más allá de lo razonable, para descubrir la trama que se esconde detrás del museo. Un pequeño grupo de personas de muy diversa procedencia empeñados en hacer pensar a sus conciudadanos en torno a las miserias de la manera en que nuestro modelo social concibe el ser persona.

Así, más allá de la aparente trama policiaca, el verdadero protagonista de la novela es el museo, que tal y como lo define Margarita Laguna, una de las personas de ese pequeño grupo, es “el museo más extraño del mundo”.  A lo largo de sus cinco salas nos desvela el individualismo que nos aísla, la ideología dominante que vela la realidad, el consumo desmedido que nos controla, y cómo todo ello termina haciendo de nosotros meras marionetas, objetos y no sujetos.

Ese pequeño grupo, compuesto por el director, Fernando, la mujer de la limpieza, Margarita, y Amparo, la financiadora, van conduciendo al inspector López y a su novia Laura, en un viaje iniciático que tiene por destino final encontrar la respuesta a la pregunta. ¿Es posible cambiar las cosas? ¿Es posible hacer otro mundo mejor?

Así comienza la novela:

I. UN MUERTO, MIL MUERTOS

APUNTES DE LA LIBRETA DEL INSPECTOR (I)

Estoy ya curado de espanto, no es, desde luego, el primer cadáver con el que me enfrento. Veinte años en la policía, catorce de ellos en la brigada de homicidios, dan para mucho. Pero no por ello termino de acostumbrarme, el espectáculo de una muerte prematura me sigue impactando en cierta forma. Por más que esto permanezca enterrado en el fondo de mi mente, o donde maldita sea el sitio en que se acumulan los secretos íntimos, no he conseguido aún desengancharme del dolor, del horror… de todo ese conjunto de humanos sentimientos tan, al parecer, perjudiciales para el correcto desempeño profesional.
Como no puedo dormir me he puesto a escribir, y la verdad, no sé para qué. Si alguien me lo preguntara mañana, diré con mucha seguridad que lo he hecho porque no veo claro lo que realmente ha pasado. Que mi instinto de policía no se conforma con una primera conclusión precipitada. Incluso es probable que este escrito presente formalmente el aspecto de un reexamen del caso, pero, en el fondo, sé que no es así.
Esta inquietud que tengo tiene un nosequé de urgencia vital, ajeno por completo al celo profesional, pero como no sé qué nombre darle, lo llamaré así. Ponerle nombre a las cosas que me pasan y a las que veo que pasan, aún sin ser yo el protagonista o ni siquiera simple secundario, es una vieja costumbre. Desconozco si alguna vez me ha servido para algo, pero el hecho es que lo hago constantemente.
Así pues, conforme al método que ha de aplicarse a todo proceso profesional, comenzaré por transcribir los hechos de los que tengo constancia fehaciente. La criminología, como buena disciplina científica, ha de comenzar por ahí. Hechos, datos, no opiniones ni supuestos. Las hipótesis explicativas son el segundo paso, y no se debe dar el segundo antes del primero, o si no, tropezón seguro.
07:30 horas: el 112 recibe la llamada de una mujer, que dice ser empleada del museo, en la que informa, nerviosa, del hallazgo del cadáver de un varón en una de las salas.
07:45 horas: llegada al lugar de los hechos, en él ya se encuentran los equipos médicos que nos confirman la existencia de un cadáver por el que no han podido hacer absolutamente nada, pues llevaba muerto unas cuantas horas. Como este no es un informe oficial, diremos que los sanitarios nos informan de que el fiambre está más tieso que la mojama.
07:55 horas: de acuerdo con el protocolo, se procede al acordonamiento del perímetro del edificio y al establecimiento de los controles de acceso al escenario del… ¿crimen?
08:00 horas: procedemos a una primera inspección ocular, evaluando los desperfectos ocasionados por los equipos médicos como poco significativos para el buen desarrollo de la misma y de las posteriores profundizaciones de la científica, que debe estar al caer.
El cadáver yace en decúbito supino, en el centro (más o menos) de una sala octogonal, de unos 15-20 metros cuadrados, con todas las superficies completamente cubiertas de espejos, y a riesgo de resultar redundante, cuando digo todas es todas, suelo y techo incluidos. De manera que en una primera impresión parecía haber miles de cadáveres, eso sí todos igualitos.
Junto al finado, una pistola, parece una Beretta 92, de 9 mm, que dejamos para la científica. Y en el suelo, salpicaduras de sangre y de una masa blanquecina (quizá cerebro) coherente con el aparente tiro en el cielo de la boca, causa más que probable de la muerte.
08:30 horas: interrogatorio a la mujer de la limpieza, título que ostenta la persona que llamó al 112.
09:30 horas: la llegada de la científica me absuelve del tormento de continuar escuchando a esta mujer, que decir, decir, no dice nada, pero hablar… Así que, mientras tanto ellos lo pringan todo de polvitos blancos y negros, yo a supervisar.
11:26 horas: por fin el juez, que, como es preceptivo, ordena el levantamiento del cadáver, su traslado al anatómico forense y el nuestro a la cafetería. Bueno, esto último no lo ordena el juez, pero lo estábamos deseando.
11:50 horas: se acabaron los churros y el café, con lo que no queda otra que volver a comisaría a redactar el informe preliminar, y esperar que lleguen el del forense y el de la científica, antes de continuar, para tener en mi mano el conjunto de los hechos verificados.
12:30 horas: llegada a comisaría, y redacción de las conclusiones, evidentes en un primer vistazo: suicidio, con lo que se abre la tediosa vía de investigación sobre la causa del mismo, necesario para hacer coherente el diagnóstico, que en este caso no precisa de culpable. Y poder, con ello, dar por cerrado el caso. Odio las investigaciones en torno a la causa de un suicidio, me parecen siempre un rompecabezas en el que, al final, nunca puedes obtener la confesión del culpable.
Me acabo de dar cuenta, que hace, al menos tres apuntes, que debía de haber abandonado el estilo de informe horario, pues hace rato que dejé de hablar de hechos, pero es la costumbre…
Acabo de releer lo que he escrito, y me vuelvo a preguntar por ese nosequé, y la verdad es que me digo a mí mismo que ya lo he encontrado: es el tedio que me produce lo que me espera, una especie de pequeña e íntima rebelión. Lo que pasa es que no me lo creo ni yo, pero prefiero seguir diciéndomelo, porque si no, no voy a poder pegar ojo, y no hay nada peor que enfrentarse a un día tedioso con sueño atrasado. Así que, con el permiso de esta libreta, que es lo único parecido a alguien a quien pedírselo por aquí, me voy a acostar.

II. NOCHE DE INSOMNIO,
MAÑANA DE CAFÉ

Al día siguiente tenía sueño. Es lo que ocurre cuando te desvelas, el insomnio es una especie de bola de cristal que te anticipa el día siguiente. Un adivino malo que te predice justo lo que tú acabas de contarle. La sobredosis de café que llevaba en lo alto no es ya, ni siquiera, eficaz.
Aún no había llegado el informe de la autopsia, es bastante probable que aún anduvieran con las pruebas de tóxicos, y los de la científica suelen, también, tomarse su tiempo. Solamente está el informe preliminar que el inspector López había hecho el día anterior. Estaba en su mesa, leyendo la transcripción del interrogatorio a la señora de la limpieza.
 

¿Les ha parecido interesante?, pues les aseguro que esto es el principio de una historia original, que hace pensar, tanto a los protagonistas de la misma, como al propio lector.
¡Atreveos a visitar "El Museo más extraño del mundo...!"  


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miércoles, 27 de abril de 2016

La Escritura de la Obra. Ricardo Muñoz Fajardo

Os traigo una muestra de un libro de la Editorial Libros Mablaz
de Ricardo Muñoz Fajardo  (pinchando en el nombre se accede a su biografía con enlaces a una obra variada y muy interesante que comprende con este, treinta títulos).

La Escritura de la obra
 Lo encontraréis en la Web de Libros Mablaz (siempre sin gastos de envío), o pidiéndolo en librerías, Casa del Libro... con su ISBN: 978-84-944937-5-1

Sinopsis:

Año de 1616. Miguel de Cervantes acaba de morir, y se empieza a celebrar el juicio por su alma. Cervantes es escritor de escasa obra, pero ha sido capaz de dar a luz la más importante de las obras escritas en lengua castellana, El Quijote, que redacta en dos partes separadas por diez años de diferencia. Pero Cervantes es mucho más que un mero escritor. De fuerte carácter, se ha batido en duelo, ha sido soldado en Lepanto, cautivo del turco infiel, enviado del rey a Orán, casado en unas nupcias poco tiempo afortunadas, recaudador de impuestos, hosco ladrón, y preso en varias cárceles del reino. Este libro recoge todas las andanzas del inmortal escritor, confirmadas y no, en las que demuestra que toda su vida fue una intensa aventura, salpicada de ficciones que hilan sus hechos con sus libros, y que concluye con una trama de misterio con un final que no pretende remover ninguno de los cimientos que sobre Cervantes se sabe, pero no ha de olvidarse que estamos ante una novela, y cada una de éstas son un viaje a la imaginación.
 Así comienza esta novela:

1 El abogado del diablo


El hombre cerró los ojos menos de un suspiro y, cuando los volvió a abrir, se encontró en un lugar que no conocía.
El ambiente de la sala era grisáceo, como envuelto en un tul que difuminara los colores, el espacio, el tiempo, repleto todo él en una bruma artificiosa que se movía y lo inundaba todo.
El prójimo era un sujeto barbado, viejo, vestido de luto riguroso, tras cuyos negros ropajes se distinguían los bordes blancos de su camisola, a juego con el tono de su gola.
Atendía al nombre de Miguel de Cervantes Saavedra, y oficios había tenido muchos, aunque durante los últimos años había perseverado más en el de escritor. Y más concretamente como novelista, porque como poeta era del montón y se había cansado de las imploraciones que tantas veces había tenido que hacer a los empresarios teatrales para que consintieran en representar sus dramas y comedias, que complacían tanto como displacían al público que iba a verlas.
El escritor se levantó de la silla que ocupaba e intentó caminar hacia donde creyó atisbar una salida, pero no pudo ni dar el primer paso, pues su pierna diestra se negó a obedecer la orden de su seso, y luego la izquierda hizo un desacato igual. E incluso una fuerza que le resultó invisible le empujó como de los hombros hacia abajo y le forzó a sentarse otra vez en su butaca.
El escribidor se sintió azorado, asustado por un hecho que, como buen cristiano que era, inmediatamente asoció a la intervención de lo divino a lo mejor, o diabólico a lo peor.
Postrado como estaba, se dedicó Cervantes a mirar nerviosamente en el entorno de la sala en donde estaba, para lo que profirió rigurosos movimientos de cabeza, que le cansaron pronto, lo que le hizo cambiar de estrategia, y sustituir los meneos de la mollera por el de los ojos, que le requerían mucho menos esfuerzo.
De entre las brumas de aquel cuarto indefinido y umbrío, surgió ahora un hombre unos quince años más joven que él, de bigote y barba muy perfilados, de tantos pelos canos como negros, vestido con los hábitos sacerdotales de unos votos tomados hacía más o menos un año.
—¡Lope! –exclamó Cervantes, sorprendido—. ¡Qué alegría veros por aquí!
Lope de Vega, que de él se trataba, se sentó enfrente del otro,  separados ambos por una tabla más que una mesa. El rostro del fénix de los ingenios tenía dibujada una sonrisa que parecía burlona, si no irónica o mordaz.
—Vos y yo hemos tenido fecundas amistades –expuso Lope, con voz dramática, como si estuviera interpretando a uno de los personajes de sus comedias— y sonoros rifirrafes, por lo que es un regalo para mis oídos el saber de vuestra bienvenida.
—Necesito de vuestra ayuda –repuso Cervantes atropelladamente, dejando de lado los circunloquios que, como a todo buen escribiente, le venían a la cabeza.
—¡Voto a Dios! ¡Vos solicitándome ayuda a mí!
—Sabéis ya que no es la primera vez que llamo a vuestra puerta.
—¿Y en qué consistiría ese socorro que me solicitáis?
—Estoy postrado en esta silla –lloriqueó Cervantes, con gesto compungido—. Como si una fuerza sobrenatural me anclara a ella contra mi voluntad.
—Y una fuerza sobrenatural os retiene.
—¿De qué habláis, Lope? ¿Acaso queréis confundirme?
—Confundido habéis estado siempre, e incluso habéis osado criticarme a mí, ese monstruo de la naturaleza –Lope se regodeó en estas palabras, un elogio promulgado por el mismo Cervantes hacia sus artes unos años atrás—, con más envidia que razón.
—La presunción es tan mala o peor que la envidia –adujo Cervantes, con meditada erudición—, y más si este pecado se supone en los demás, sin demostración otra que el pensamiento de que en los otros no hay reconocimiento de que vuesa merced sea un genio, que lo es, para lo bueno y para lo malo –el de Alcalá de Henares, o tal vez de Alcázar de San Juan, como afirmarían algunos en el futuro, hizo una pausa. Observó a su interlocutor, y también fue escudriñado por él, que estaba atentísimo a sus palabras—. Yo jamás hubiese compuesto para mí un blasón con diecinueve torres, como habéis hecho vos, ni hubiese escrito el latinajo que como leyenda figura en él.
—Quieras o no quieras, Envidia, Lope es o único o muy raro –recitó el dramaturgo, que había cambiado el gesto adusto por uno jactancioso—. ¿Ése fue el motivo que inició nuestra enemistad? Porque antes del comienzo de nuestras riñas, voacé escribió elogios sobre mi persona en su Galatea.
—En el libro VI, Canto de Calíope.
—Y yo mismo hice lo propio con respecto a vos en mi Arcadia.
—Y yo recuerdo con entrañable gratitud que vos incluyerais un soneto mío en los preámbulos de La hermosura de Angélica, su insigne obra –Cervantes hizo una pausa en busca de las palabras adecuadas para la continuación de su discurso. Cuando las encontró, continuó hablando—. La genialidad es un don de Dios, el orgullo un envío del diablo—. Vos, Lope, sois lo primero, pero también abundáis en el pecado dicho.
—Nadie podrá decir que no lo he avisado –replicó el fénix de los ingenios—. Yo mismo me he nombrado como fervoroso creyente, pero también como gran pecador, y he dejado escrito que yo nací en dos extremos, que son el amar y el aborrecer, no he tenido medio jamás.
—Y yo he sufrido en mis propias carnes esa inercia terrible de su carácter –afirmó el alcalaíno—, pues consentisteis en incluir un poema mío en la dicha obra suya, la Angélica, para después, decidme como el peor poeta de nuestro tiempo.
—De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote –repitió de memoria Lope el texto que hacía ya una decena de años y un poco más, a finales del año del Señor de 1604, cuando la obra de Cervantes no se había publicado aún, pero había trascendido su contenido por los círculos literarios—. Lo segundo es una licencia, hasta yo mismo lo reconozco, pero de lo dicho sobre vuestra poesía tiene mucho de cierto, porque hay mucha más mala que buena circulando por los entresijos de la villa y corte.
—La envidia astuta tiene lengua y ojos largos –plagió Cervantes anteriores palabras del gran Lope.
—La vida valenciana, acto I, escena IV –reconoció el fénix de los ingenios—. Pero si creéis que es envidia la que me embarga al reñir con vos, yo pienso de modo contrario, que es vuesa merced quien hace uso de ese pecado. Y no puedo, por menos, que repetir yo también palabras suyas: no hay amistades ni grandezas que se opongan al rigor de la envidia.
—Antes citó voacé a mi Galatea, y ahora lo hace con Los trabajos de Persiles y Segismunda –musitó Cervantes, complacido—. Para no ser un escribano del gusto de vuesa merced, mucho interés parecéis haber mostrado por mis libros.
—Ya le he dicho a voacé que critico su poesía –replicó Lope, con soltura—. Bien sabéis vos que yo nunca podré denostar de verdad al Quijote, porque eso sería como tirar piedras sobre el tejado de mi sabiduría y buen gusto, ni a toda su prosa en general, aunque tengáis vos narraciones prodigiosas y otras que lo son menos.
—Como todo hijo del Altísimo –terció Cervantes, poco dado aún a la sumisión ante la más importante figura del teatro de la época, y quién sabe de todos los tiempos—. Vuecelencia habrá notado en sí mismo esos altibajos, a pesar de que Lope exista sólo uno o se dé rara vez.
—¡Qué rezongáis, vos! Las críticas nocivas no fueron en un único sentido, de aquí para allá, y aún recuerdo una coplilla en que vuecencia –Lope le devolvió la sorna del tratamiento entre ambos, que antes ya había magnificado el complutense—, me decía Lopillo.
Cervantes recordó sus versos:
Por su vida, Lopillo, que me borres
las diez y nueve torres en tu escudo;
pues aunque tienes mucho viento, dudo
que tengáis viento para tantas torres.

Si queréis leer una reseña de esta gran historia: La escritura de la obra, en blog Imágenes y Portadas Mari Carmen 


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