jueves, 5 de mayo de 2016

Piel de cemento y otros Relatos. Ana María Lorenzo

Piel de cemento y otros Relatos, de Ana María Lorenzo, lo encontraréis, pinchando en:  Web de Libros Mablaz (siempre sin gastos de envío), o pidiéndolo en Librerías, Casa del Libro... con su ISBN: 978-84-944937-9-9
Más datos del libro, en Blog Libros Mablaz; desde la biografía de la autora y datos de todos sus libros en la editorial, de Poesía, Novela, Cuentos, y Relatos: Libros de Ana María Lorenzo

Sinopsis 
Nos encontramos ante un libro de relatos un tanto curiosos e incluso, a veces, llenos de mensajes abstractos.  La obra en sí se enmarca dentro de una tradición y preocupación por el hombre, ya fuera volcando la temática hacia lo fantástico, reflexivo, crítico o trabajada en pro de la solidaridad social.
Sea como sea, vemos una literatura sapiencial, de legítima búsqueda de los perennes valores del hombre que harán las delicias al lector.

Si queréis adentraros en el libro, aquí os mostramos unas páginas:
-Parte del magnífico prólogo que encabeza el libro:
...Ante la idea de que la vida moderna está matando las virtudes espirituales del hombre, Ana María trata de buscar lo auténtico, lo humano y en algunas ocasiones trascender; así como buscar a través de alguno de sus cuentos navideños, o como el delicado relato a la senectud Mi niña esa parte sensible y emocional del niño que todos llevamos dentro.
Observamos cómo a menudo se deja llevar por el encanto de la lírica ajena a la estricta continuidad narrativa cual si fuera una forma inconsciente de autobiografía de ella misma.
Se nos muestra una autora rebelde que cree en la unidad y universalidad de todo lo que existe y que anhela la sencilla e impersonal libertad literaria, mezclada armoniosamente con todas las cosas.
Encontramos mensajes sencillos en sus relatos cotidianos como En la molinería, otros relacionados con la violencia de género: Sirena negra o La rosa de Té...



RELATOS:
PIEL DE CEMENTO
-Muy bien, entonces escuchad lo que tengo que decir –dijo la anciana-. Es verdad que en tiempos antiguos se ofrecía sangre a los dioses para evitar la pérdida de un jefe poderoso o de un hijo querido, pero hoy día las creencias y fórmulas no son las mismas. Hoy se sabe que sólo hay un Dios Único sin sexo ni forma. Rezadle como habéis hecho siempre para que vuelvan vuestros maridos a puerto. Ahora podéis ir en busca de la leña para preparar las hogueras y el recibimiento de los hombres. Dejemos de lado los pensamientos oscuros, al menos durante un tiempo.
Las mujeres del pueblo habían pasado varias semanas recorriendo la zona en busca de leña y observando dónde crecían las flores silvestres. Después de la hoguera, las recogerían a la luz de la luna para tejer guirnaldas. Cuando el sol, hundiéndose tras el horizonte, doraba las hojas más altas de los árboles, salieron de su cercado y caminaron hasta el pozo donde se celebraban los actos más importantes. Desde allí se contemplaban los fuegos que surgían de todos los pueblos costeros, salpicando las orillas como estrellas anaranjadas junto a la alargada luz que los faros producían a lo largo de la costa.
- Mira, abuela – se dirigió Emi a la matriarca del grupo – Ahí están los montones de leña de nueve especies diferentes de árboles por cada barca.
En la víspera del primero de mayo se preparaban dos hogueras especiales, una para el sol naciente y otra para el sol poniente. El honor de encenderlas correspondía siempre al más anciano de la zona. Aquella noche tocaba a Izan empuñar el parahúso de encender para sacar un fuego virgen del roble. El hombre, se acaloraba sobre el montón de leña. Agitaba con furia el arco que hacía girar el palo cuya fricción haría arder la yesca. Por fin las astillas prendieron, pero las llamas que surgían no podían compararse con la alegría que ardía en los ojos del viejo.
La matriarca se sentó en un peñasco junto a su nieta. Ambas oteaban el horizonte esperando ver aparecer los barcos de pesca. Emi, observaba feliz todo el ritual de bienvenida que se había preparado.
-¿Por qué el pueblo de Virpiel no enciende luces y hogueras en este día, abuela? – Preguntó curiosa.
- ¡Ay, hija…! – Exclamó la anciana con un suspiro – Es una historia amarga la que lleva encerrada en sus entrañas.
-¡Cuéntemela mientras esperamos! – Insistió la joven.
La mujer la miró y dijo:
-Sea así, querida. Tarde o temprano, algún día te enterarás. Ocurrió hace mucho tiempo, antes de que vinieran tus padres y tú al mundo. Yo era pequeña cuando nacieron en estas tierras dos jóvenes. El destino quiso que al llegar a mayores, cuajara el cariño que se profesaban en una historia de amor. Él se fue a estudiar arquitectura y ella medicina. Cuando terminaron sus carreras volvieron de nuevo, se casaron e instalaron aquí. Entonces Virpiel no existía, eran unos prados preciosos con unas vistas al mar que hacían gozar los ojos. Se les veía pasear por los acantilados acurrucando su amor entre los brazos.
La vida a veces es ingrata. Un día la mujer cayó en una especie de trance, catalepsia o lo que fuera. Él la dio por muerta y con los ojos inflamados por la pena sufrida, sintió como su corazón se volvía de piedra a pesar de que el padre Edmundo le aconsejaba tuviera fe, rezara e hiciera la señal de la cruz. Sin embargo, en nada aliviaba
... (podéis continuar leyendo en el libro)


EL PÁJARO NEGRO
Las cosas podrían haberse arreglado si hubiesen hablado de aquel día sólo una vez, si lo hubieran analizado con franqueza. Pero resultaba imposible. Su pasado estaba enterrado en ella como una punta de flecha rota con la que se puede vivir a condición de tener cuidado y no tocarla nunca porque si lo haces, se pone de nuevo en movimiento y esta vez irá directa al corazón.
Lo observaba a la última luz, cuando se detenía a contemplar el Cantábrico, entrecerrando los ojos a causa del resplandor dorado. Ha sido un largo camino desde aquel pequeño espejo del cuarto de baño hasta el mar que se abre a la vastedad del cielo. Parece tan sereno, que al mirarlo nadie pensaría sus anteriores palabras: Dolido, confuso, colérico. Sin embargo, seguían clavadas en algún lugar dentro de él. Tenía que localizarlas y arrancarlas. Pero no podía hasta que le explicara la totalidad de su dolor.
-¿Qué más, dime, qué más te irrita tanto?
Guarda silencio un momento. Raquel creía que lo negaría. Entonces susurra con la voz tan baja que tiene que esforzase para oírlo: "¡El pájaro!"
Sí, aquel precioso pájaro negro que ya había contemplado a través de las vidrieras de su trabajo mientras esperaba que sonara el timbre de salida; aquel pájaro que apareció como por encanto y desapareció en el cielo con sus ojos tristes de rubí y su grito sobrehumano. Soñaba con él de vez en cuando y al despertar, le escocía la palma de la mano allí donde sus uñas se clavaban en el deseo de fundir al ave.
Como presagio de historias extrañas por venir, el pájaro había retornado a su vida posándose inmóvil y atento todos los días en el alero de la ventana de la cocina. Es entonces cuando empezó a comportarse de forma extraña y cuando las cosas comenzaron a ir mal entre ellos.
Él se había dado cuenta de que le sucedía algo. Había intentado dialogar con ella, pero sus pensamientos y recuerdos estaban formados por plumas e imágenes abstractas que no sabía explicar. Por las noches, en sueños, aparecía el pájaro negro. Le oía gritar y mencionarlo. Izan quería saber y Raquel, callaba. No tenía palabras para remover el pasado. Eso le enfurecía y provocaba discusiones. La última vez que habían peleado había sido en el cuarto de baño, mientras se afeitaba. Ella estaba detrás de él, contemplando su imagen en el cristal azogado cuando de pronto vio reflejada al ave en el espejo.
Gritó. Adolfo se cortó y comenzó una discusión absurda.
Cada día que pasaba la tirantez entre ellos aumentaba. Su convivencia se había convertido en un fino hilo tan tenso que en cualquier momento podía romperse.
En el pasado habían tenido que salvar muchos obstáculos para llegar a realizar sus sueños: largas separaciones, cambios de domicilio, abandono de vidas pasadas, amigos... y ahora, el pájaro estaba ahí, presente, como creando un extraño maleficio entre ellos para acabar con el trabajo realizado. O quizá el sortilegio fuera sólo contra ella, enmudeciendo las palabras y bloqueando en la mente los recuerdos.
Algo claro tenía: Lo amaba y no podía perderlo. Tenía que descubrir la forma de retenerlo. Debía de alejar a ese pájaro de sus vidas como fuera. Fue entonces cuando vio aquella película en el cine donde entre pucheros de comidas y aromas se podía abrir el apetito necesario para alcanzar la felicidad y producir impresiones sorprendentes en las personas. Así que Raquel comenzó a esmerarse en la preparación de los alimentos más sencillos, con la esperanza de que hicieran el efecto deseado para salvar su matrimonio.
Todas las mañanas se levantaba temprano, acudía a la cocina y a la vez que contemplaba la imagen familiar del pájaro posado en la cornisa de la ventana, comenzaba, como si de un ritual se tratara, a hacer los preparativos para ofrecer una exquisitez a su amado con el fin de que apaciguara el mal humor y volviera a sentirse atraído por ella.
Llegó el momento donde consideró que debía realizar un ataque directo para recuperarlo. Era demasiado peligroso seguir presionando la relación. Aquel día consideró que sería bueno preparar un caldo de pechuga de pollo con apio, zanahoria y puerro para suavizar su garganta y hacer que sus gritos no se oyeran; después, pensó sería bueno acompañarlo con un ave en salsa de pétalos de rosa (como había visto hacer en la película) para que cada bocado penetrara en lo más profundo de su corazón y la contemplara. La leyenda atribuye a las hojas frescas de menta propiedades afrodisiacas, así que para estimular el apetito sexual, añadió a una jarra de agua mineral, un puñado de las citadas hojas de menta partidas por la mitad y la peladura de un limón y una naranja. Quizá fuera deseable poner un pequeño entremés de salpicón de marisco con pepino y guindilla, eso le daría el toque de picardía que necesitaba recuperar. Emplearía aceite de brahmi para tranquilizarlo y un Fino de solera que acompañara la comida. De postre, como final del experimento, unas fresas bien ornamentadas con una muy sugerente guayaba tierna, sonrosada y dulzona, que podrían ese punto erótico necesario para el acercamiento total.
Manos a la obra. Mientras Adolfo se duchaba... cómo terminará este apasionante relato... Todos ellos en Piel de Cemento






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