Disponible en la Web editorial -sin gastos de envío-, pinchando en: Las lunas de Ronao pidiéndolo en Librerías, Casa del Libro... con su ISBN: 978-84-94547331.
Más datos del libro y reseña en el blog de Libros Mablaz: Las Lunas de Rona
Después de un verano agitado en que "Rona" ha estado viajando y mostrándose en varias presentaciones, os muestro un extracto de la novela.
Sinopsis
Las lunas de Rona nos habla de historias
de hoy, de personas como cualquiera de nosotros, inmersas en un mundo
globalizado, en el que a pesar de estar conectados e informados, nos sentimos
pequeños y virtualizados por completo, en muchos aspectos de nuestra vida.
Rona, vive una existencia gris en la que
lo virtual y lo real se confunden, se entremezclan. Su voz, que muestra a
través de un blog en Internet, es un eco de la incomunicación y soledad que
sacuden nuestra sociedad. Una realidad en delicado equilibrio, que se
romperá por un pequeño accidente, un
hecho aparentemente insignificante, que cambiará el rumbo de su vida y de la de
los que la rodean. Lo inesperado
desencadenará historias que se irán tejiendo alrededor de Rona y sus
lunas, transformándolo todo para siempre. Porque… ¿qué pasaría si una pequeña mentira
se convirtiese en un contenido viral en las redes sociales, llegando a miles de
personas en un instante y no hubiese marcha atrás?
Una narración secuenciada como si del
ciclo de la Luna se tratase, para los que un día olvidaron vivir la vida.
Y es que, nuestras lunas tienen su
origen en nosotros mismos, éstas se van formando con pedazos expulsados de las
muchas colisiones y pruebas que vamos viviendo. Las lunas de Rona, no eran sino
restos incandescentes que flotaban a su alrededor y que fueron configurando su
amado satélite.
Siempre había oído hablar de los
contenidos virales en las redes. Ella se había convertido en un virus, que
infectaba a usuarios sensibles que propagaban su enfermedad a otras personas,
no pudo sino sonreír.
Era como si al alcanzar ese límite, rebotase
de repente hacia la más absoluta soledad, donde residía ella.
…su interior era una tormenta que lejos
de arreciar, se desbordaba y no fue el amor el que acudió en su ayuda, sino el
miedo, un viejo conocido que poco a poco enterraba su corazón.
Primeras páginas de la novela, aunque me salto el prólogo (no porque no sea interesante) y pasamos directamente a la novela:
1. Once in a blue Moon
(Una vez cada luna azul)
Son las partículas de ceniza las que podrían hacernos ver a esta mágica Luna de un intenso color azul. Porque en realidad nunca ha tenido esa tonalidad. Fue en un calendario agrícola, en el siglo XIX, en el que, junto a la Luna llena del lobo, de la nieve, de la rosa o de la cosecha, apareció nuestra dama azul. Un hecho tan poco frecuente como desconcertante. Una vez cada Luna azul…
(Una vez cada luna azul)
Son las partículas de ceniza las que podrían hacernos ver a esta mágica Luna de un intenso color azul. Porque en realidad nunca ha tenido esa tonalidad. Fue en un calendario agrícola, en el siglo XIX, en el que, junto a la Luna llena del lobo, de la nieve, de la rosa o de la cosecha, apareció nuestra dama azul. Un hecho tan poco frecuente como desconcertante. Una vez cada Luna azul…
Buscó rápidamente en el diccionario la palabra virión, un virus intacto, purificado, con forma de bastón y altamente infeccioso. La acepción de virus no era más halagüeña, pues hablaba de veneno, de toxina. Y las lenguas vernáculas no rebajaban la gravedad, si hasta el mismo latín virulentus, ya daba buena cuenta de su naturaleza.
Lo único que le tranquilizaba era pensar que no todos los virus producen enfermedades, y en su caso la propagación, no causaba daño alguno en los huéspedes que se iba encontrando. Aunque sí estuviese evadiendo los mecanismos de defensa de miles de personas, que no reconocían y respondían ante su agente patógeno defendiéndose, sino que lo trasmitían a otros; de persona a persona, por el boca a boca... Una velocidad de propagación que aumentaba sin parar.
Su crecimiento era exponencial, ya que el número de usuarios infectados en el tiempo era proporcional a su valor. Una cadena que creaba más y más ramificaciones de lectores que ayudaban a su parásito huésped a multiplicarse. Y así la enfermedad acababa afectando a muchos más individuos, de los que en un principio pudiera esperarse, lo que la convertía en una epidemia, en una plaga…
El éxodo recogió las plagas de Moisés, las de Antonino asolaron el Imperio Romano, la viruela arrasó América, la Peste Negra devastó Europa y Asia, y todas ellas modificaron abruptamente la historia. Sin embargo, en Internet el contagio era mucho más sutil. Pues al margen de los ataques de los crackers y hackers que poblaban el mundo virtual, este no se enfrentaba a grandes epidemias, sino a oleadas virales cíclicas que barrían la red con la misma rapidez con la que después esos contenidos desaparecían para pasar al olvido. Y en su caso la línea base de la enfermedad era ella, su bitácora.
Su blog seguía un ritmo reproductivo viral surgido sin una endemia previa, ya que fue provocado por un desafortunado accidente. Un hecho desconcertante que liberó un vector patógeno imposible de detener. Y lo peor de todo, es que no había centinelas que pudiesen hacer un seguimiento, ni controlar lo que estaba ocurriendo. Nadie a quien acudir porque detrás de todo moraba una gran mentira.
Siempre había oído hablar de los contenidos virales en las redes y conocía muchos ejemplos. Ella se había convertido en un virus, que infectaba a usuarios sensibles que propagaban su enfermedad a otras personas. No pudo sino sonreír…
Sabía que la campaña finalmente se extinguiría, aunque no pudiese adelantar cuál sería su esperanza de vida, y lo peor de todo, el coste final que esta tendría para Rona, y para todos aquellos que la rodeaban.
1 de enero de 2014
2. Luna azul:
¡Me bajo en la próxima!
La Luna azul es el fenómeno que se produce cuando en un mismo mes tenemos dos lunas llenas, siendo denominada la segunda de ellas como Luna azul. Aproximadamente es cada tres años, cuando asistimos a la aparición de esta misteriosa dama. La Luna azul, sobre todo el término anglosajón en el que tiene origen su nombre, se relacionaba con una ancestral acepción de “traidor”, porque nada bueno se puede esperar de algo que rompe el ciclo natural de las cosas. Pero acaso en nuestra vida, esa ruptura… ¿No puede traer consigo cambios importantes?
Colgó el teléfono con urgencia, la misma cantinela de siempre, que si todo el día pegada al portátil, que si no podía entender qué diversión había en estar horas y horas frente a una pantalla. Cada vez que hablaba con ella, la conversación acababa de aquella manera, un par de consejos maternos y el inicio de su cruzada particular contra el ordenador y ese dichoso Internet. Un tema que era inútil tratar de discutir con Jana su madre, porque en la proyección que esta solía hacer de las cosas, los demás siempre compartían una postura parecida a la suya, y así era difícil rebatirle nada. Era como luchar en solitario contra todo un ejército.
Estaba claro que su madre no era nativa de la era digital, pero para ser exactos, de la analógica tampoco. Cuando se ponía así, más bien parecía de la era pre – industrial, porque a Jana todos los aparatos y electrodomésticos le resultaban ajenos, extraños. Aún recordaba lo que le costó enseñarle a programar la lavadora nueva, y no digamos a manejar el mando de la televisión.
Sea como fuese, no estaba de acuerdo con sus apreciaciones, al final no era sino el mismo galgo pero con distinto collar. No se pasaba ella las horas absorta en sus libros, como si no hubiese un mañana. O sus características ojeras recién levantada, no hacía falta preguntarle por ellas, porque era fácil intuir que había estado leyendo hasta bien entrada la madrugada, incapaz de cerrar la novela. Siempre le decía, desde muy pequeña, que los libros…
—¡Te permitirán viajar a otros mundos y abandonar el tuyo por unos instantes, todo ello sin moverte del sillón!
¿No era esa una forma de evadirse como otra cualquiera? Se preguntaba. Como la de su muy admirado Don Quijote, el viejo hidalgo manchego, que perdió la razón por sus libros de caballería y decidió emular a sus héroes y vivir aventuras como éstos, acompañado por su fiel escudero Sancho. Rona, desde luego no era una heroína romántica en defensa de la honra y de los desfavorecidos, como Don Quijote, apenas si podía lidiar con su vida. Pero es que su madre a veces le sacaba de quicio, no entendía su pequeño mundo y le hacía mil reproches, sobre todo que chatease o hiciese amistad con gente desconocida por la red.
—¡Que a saber qué harán en la vida real, no sabes nada de ellos! —enfatizaba. Sonaba, como poco, inquietante, viniendo de una mujer que se carteó con su ahora marido, durante poco menos de un año antes de casarse. Únicamente lo pudo ver en un par de ocasiones, la primera cuando coincidieron fugazmente en un viaje en tren a Lisboa. Él le pidió las señas y comenzaron a cartearse. La segunda, cuando Cayetano, vino a Madrid a conocer a sus abuelos y formalizar el compromiso. Bastaron unos meses, cien cartas y un breve fin de semana para unir su vida con la del “guapo gallego del tren”, como le llamaba su tía Marisol.
¡Me bajo en la próxima!
La Luna azul es el fenómeno que se produce cuando en un mismo mes tenemos dos lunas llenas, siendo denominada la segunda de ellas como Luna azul. Aproximadamente es cada tres años, cuando asistimos a la aparición de esta misteriosa dama. La Luna azul, sobre todo el término anglosajón en el que tiene origen su nombre, se relacionaba con una ancestral acepción de “traidor”, porque nada bueno se puede esperar de algo que rompe el ciclo natural de las cosas. Pero acaso en nuestra vida, esa ruptura… ¿No puede traer consigo cambios importantes?
Colgó el teléfono con urgencia, la misma cantinela de siempre, que si todo el día pegada al portátil, que si no podía entender qué diversión había en estar horas y horas frente a una pantalla. Cada vez que hablaba con ella, la conversación acababa de aquella manera, un par de consejos maternos y el inicio de su cruzada particular contra el ordenador y ese dichoso Internet. Un tema que era inútil tratar de discutir con Jana su madre, porque en la proyección que esta solía hacer de las cosas, los demás siempre compartían una postura parecida a la suya, y así era difícil rebatirle nada. Era como luchar en solitario contra todo un ejército.
Estaba claro que su madre no era nativa de la era digital, pero para ser exactos, de la analógica tampoco. Cuando se ponía así, más bien parecía de la era pre – industrial, porque a Jana todos los aparatos y electrodomésticos le resultaban ajenos, extraños. Aún recordaba lo que le costó enseñarle a programar la lavadora nueva, y no digamos a manejar el mando de la televisión.
Sea como fuese, no estaba de acuerdo con sus apreciaciones, al final no era sino el mismo galgo pero con distinto collar. No se pasaba ella las horas absorta en sus libros, como si no hubiese un mañana. O sus características ojeras recién levantada, no hacía falta preguntarle por ellas, porque era fácil intuir que había estado leyendo hasta bien entrada la madrugada, incapaz de cerrar la novela. Siempre le decía, desde muy pequeña, que los libros…
—¡Te permitirán viajar a otros mundos y abandonar el tuyo por unos instantes, todo ello sin moverte del sillón!
¿No era esa una forma de evadirse como otra cualquiera? Se preguntaba. Como la de su muy admirado Don Quijote, el viejo hidalgo manchego, que perdió la razón por sus libros de caballería y decidió emular a sus héroes y vivir aventuras como éstos, acompañado por su fiel escudero Sancho. Rona, desde luego no era una heroína romántica en defensa de la honra y de los desfavorecidos, como Don Quijote, apenas si podía lidiar con su vida. Pero es que su madre a veces le sacaba de quicio, no entendía su pequeño mundo y le hacía mil reproches, sobre todo que chatease o hiciese amistad con gente desconocida por la red.
—¡Que a saber qué harán en la vida real, no sabes nada de ellos! —enfatizaba. Sonaba, como poco, inquietante, viniendo de una mujer que se carteó con su ahora marido, durante poco menos de un año antes de casarse. Únicamente lo pudo ver en un par de ocasiones, la primera cuando coincidieron fugazmente en un viaje en tren a Lisboa. Él le pidió las señas y comenzaron a cartearse. La segunda, cuando Cayetano, vino a Madrid a conocer a sus abuelos y formalizar el compromiso. Bastaron unos meses, cien cartas y un breve fin de semana para unir su vida con la del “guapo gallego del tren”, como le llamaba su tía Marisol.
Realmente, ¿eran tan diferentes las dos?
—¡Knock, knock, knock…! —El tono del whatsapp interrumpía su dialogo interno. En eso sí que tenía razón su madre, las nuevas tecnologías eran bastante inoportunas, como una visita a deshoras. Lo ignoraría, tenía que conectarse, acabar el post que empezó a escribir hace días, programar, y como era costumbre, repasar el que saldría publicado a las 24:00h. Ignorando la inesperada visita, comenzó a escribir…
“Hace unos días volvía a casa en autobús, hacía ya mucho tiempo que no cogía uno. Es lo que tiene el coche, te acostumbras muy rápido a él. Aun así, es obligado reconocer que el transporte público también tiene su encanto, incluso su "fauna autóctona". Nada más subir, mientras buscaba un asiento para sentarme, me pregunté por qué en los autobuses, ya sean de línea o urbanos, la gente se sienta en los asientos que dan al pasillo y los que están libres quedan en la ventanilla. Luego en cada parada, cuando empiezan a subir los viajeros, los que ya están sentados bajan automáticamente la cabeza para evitar el contacto visual con los que llegan, y conseguir así que nadie se siente a su lado. Si analizamos el comportamiento del homo pasillus, tiene su lógica, siente invadido su espacio al tener sentado tan cerca a un completo desconocido.
Todos tenemos nuestra "burbuja de aire" portátil cuyas dimensiones dependerán de la situación. Y no lo digo yo, lo dice la proxemia que estudia cómo la utilización que hacemos del espacio influye en la forma en la que nos relacionamos con los demás. Incluso distingue una la zona íntima… de unos 15 a 45 centímetros, de amigos íntimos, cónyuge, familiares, amantes (tenía guasa la proxemia). La zona personal en la oficina, en una reunión..., la zona social que nos separa de los extraños y la zona pública a más de 3 metros, en la que nos sentimos cómodos para dirigirnos a un grupo de personas. Volviendo a nuestro autobús, ¿cómo no iba a sentirse molesto nuestro homo pasillus si tenía a escasos centímetros a una persona invadiendo esa burbuja?
La territorialidad es innata a nosotros, así que no debemos invadir el espacio de nadie porque lo forzaremos a defenderlo. Pero… ¿Qué hacer? Cuando el único sitio que queda libre, está en la ventanilla, y una señora mayor rodeada de bolsas se sienta en el pasillo. Estamos ante el homo territorialis, le pediremos amablemente que nos deje pasar y veremos que aunque no pueda ni levantarse con la carga que lleva, prefiere causar un atasco monumental en el autobús para que pasemos, en lugar de haberse cambiado de asiento. ¡Será cuestión de territorio!”
—¡Knock, knock, knock…! –Ese soniquete de nuevo, tenía que ser importante para que insistiesen de aquella manera, y ella sabía quién estaba detrás de ese mensaje.
—Retraso del vuelo a Gatwick, necesitamos gente para cubrir el turno. —Él de nuevo, a veces se planteaba si Esteban tendría vida fuera de su trabajo en el aeropuerto, se pasaba el día allí y desde luego no le temblaba la mano cuando les hacía acudir fuera de turno.
Era un fastidio, Las lunas de Rona tendrían que esperar, realmente el dinero le vendría muy bien. Apagó el portátil, cogió el uniforme y se vistió rápidamente.
El coche no arrancaba, ese trasto viejo le daba problemas de nuevo, tendría que coger el autobús, un poco irónico ¿no? Eso le pasaba por ponerse a escribir precisamente del transporte público. Se lo tomaría como una búsqueda documental para acabar de escribir, ¡Me bajo en la próxima! Entre toda esa fauna, ella sería el homo antropologus aburridus, observando al resto mientras pasaban las paradas, solo le faltaba la libreta de campo para ir anotando los comportamientos de las diferentes especies.
Tras un trayecto que se hizo eterno y teniendo que sortear alguna maleta que otra para poder bajar del autobús, llegó a su destino. Entró en la terminal y comprobó que realmente el aeropuerto estaba abarrotado de gente. La misma rutina de siempre, pasaría el control, saludaría a los guardias civiles que estaban de turno, y al tajo, a servir copas a los aburridos viajeros que esperaban pacientemente que sus vuelos saliesen por fin. Y pensar que era un trabajo en el que entró el verano en el que acabó la universidad. Su idea era ahorrar para alquilar un piso en el barrio viejo e independizarse. Consiguió alquilar el piso, de eso no había duda, pero llevaba allí nueve largos años, y cada vez se alejaban más sus viejos sueños de trabajar como periodista, realmente había transcurrido demasiado tiempo.
Tenía que centrarse y olvidar esas quimeras, porque el pub estaba abarrotado y la tarde sería movida. Entró y notó un barullo ensordecedor, al fondo Lola, recogía los vasos de pintas, que siempre faltaban por la velocidad en la que los viajeros consumían sin parar. Quique, preparaba en la cocina dos perritos, de esas salchichas de una carne indeterminada que uno no sabía muy bien lo que estaba comiendo, pero acompañados de cebolla pochada y salsa especial estaban riquísimos.
—¡Magui! —gritó Quique—. Te necesito en la barra, esto es una locura. Siento que Esteban haya tenido que avisarte, pero no damos abasto —dijo con urgencia.
—No te preocupes. No es la primera vez, una ya se acostumbra —contestó sin mucho convencimiento.
—Dos pintas, una shandy con un poco de grosella, chips and onion y otra a la pimienta. ¡Hola Magui, no te había visto! —interrumpió Lola.
Sí ya no era Rona, volvía a ser Magui, volvía a la realidad, volvía a la rutina de todos los días…
La tarde estaba siendo muy intensa, mejor así el trabajo le impedía pensar. Porque aun estando rodeada de gente, siempre se sentía sola. De repente, mientras ponía tres pintas de sidra casi mecánicamente, recordó las palabras del protagonista del libro que estaba leyendo, Hotel Paradiso. En el libro, el viejo ingeniero decía con acritud que se dio cuenta de lo solo que estaba “…cuando el silencio se volvió unánime” a su alrededor. Sin embargo, para Magui esa soledad, ese silencio no implicaban necesariamente sentir amargura, es más si como él sostenía “la soledad esta tejida de olvidos”. Lo que precisamente buscaba ella era eso, silencio, soledad y olvido. Un refugio seguro al que recurría cada vez que en su vida se topaba con alguna dificultad. Sin darse cuenta volvió a morderse los labios, siempre lo hacía cuando entraba en su mundo paralelo y se abstraía de todo. Siendo sarcástica y si las predicciones de su madre se cumplían, de seguir así aislada de todo y de todos acabaría como la ninfa Eco, encerrada y sola. Condenada por Hera, a repetir las últimas palabras de aquello que se le decía. ¡No estaría mal!, se dijo, sobre todo teniendo en cuenta que no tenía nada que decir, nada que compartir. Lo que sí tenía claro es que no acabaría como ella consumida en el fondo de su cueva hasta convertirse en una triste voz, por el rechazo y la burla de un soberbio y vanidoso Narciso. Magui no necesitaba cumplir ningún anhelo romántico pues tenía otro objetivo que la abstraía de su vida gris, sin expectativas, ni futuro.
Sí es cierto que durante mucho tiempo se sintió angustiada, pensando que todo lo que veía era lo único a lo que podía aspirar y que su horizonte y su rutina eran un límite insalvable. Pero encontró una luz, una ventana a otro mundo. Todo gracias a Rona, su avatar online. Lo utilizaba en todas las redes sociales en las que estaba, y además le había servido para dar nombre a su blog Las lunas de Rona. Su refugio, su rincón, su liberación. Allí podía hacer, decir y escribir, como Rona, lo que nunca hubiese hecho, dicho y mucho menos escrito como Magui. Era una superheroína con una identidad secreta, que debía proteger. Un anonimato que tenía algo muy especial para Magui, porque ella como la mayoría de las personas, en mayor o menor medida, era una gran anónima que permanecía oculta, pero que se convertía en una heroína espontánea en muchas situaciones cotidianas de su día a día. Y desde ese espacio oculto, tenía la capacidad de hacer grandes cosas que de otra forma se le habrían negado.
Quique le pidió que saliese a la terraza, acababa de producirse un retraso en la salida de un vuelo y en unos minutos tendrían a los malhumorados pasajeros allí. Todo debía estar listo. Pero ella continuaba distraída, o más bien perdida, enredada entre sus pensamientos. Una habilidad que cultivaba a conciencia, consiguiendo desviar su atención a todo menos a lo que debía estar atenta, como si fuese algo mecánico en su naturaleza que no pudiese evitar. El caso es que tan absorta estaba en sus cavilaciones que al salir por la puerta trasera para recoger la terraza, no vio que Lola, acaba de fregar una zona en la que se había derramado una bebida. Un segundo, un mal paso, un resbalón y Magui, acabó estrellando su cabeza contra la barandilla de madera maciza. De la fuerza del golpe cayó de espaldas al suelo quedando inconsciente.
Abrió los ojos, pero no sabía dónde estaba, ni el tiempo que llevaba allí tirada en el suelo. Perdida la noción del tiempo, solamente apreciaba a ver borrosa, la cara desencajada de Quique. Parecía que este gritaba algo, pero era imposible oírle, porque la única sensación que su cuerpo le permitía sentir era un intenso dolor y sin avisar… La oscuridad.
El despertar, fue aún más extraño que la caída, con su compañero a su lado mientras tomaba conciencia de que estaba en una ambulancia camino del hospital. Era incapaz de hablar y mucho menos de mantenerse despierta, todo era muy confuso. Una nube, una opresión se apoderaba de su cabeza y pensamientos. Una sensación extraña que la transportaba a ese espacio confuso que existe entre la realidad y la subconsciencia, donde nada es lo que parece y la razón deshace a su antojo. Ante sus ojos iban desfilando los personajes sobre los que acababa de escribir, parecían más reales que las formas y personas que apenas si podía identificar. Como a su llegada a urgencias, en la que le hubiese gustado esfumarse, convirtiéndose en el homo literatus que ajeno a todo, sacaba su libro y no levantaba la mirada de él hasta que llegaba a su destino, desapareciendo. Pero en su caso era imposible huir de allí.
Quique le pedía mil y una explicaciones para que relatase cómo había sido la caída, pero ella escuchaba su voz opaca, pixelada como su imagen. Sin duda, él era el homo parlante compulsivo, de su artículo, que agazapado en su asiento esperaba paciente a que algún desdichado se sentase a su lado para comenzar a hablar sin parar. Pero Magui no podía contestarle, ni tranquilizarlo, intentaba asentir, sonreír, pero le era imposible, la bruma volvía. Se sentía incapaz de comunicarse, solo acertó a cerrar los ojos… Y de nuevo la oscuridad.
El tiempo se había detenido, por hoy Rona había concluido su recorrido, así que solo pudo decir... ¡Me bajo en la próxima!
—¡Knock, knock, knock…! —El tono del whatsapp interrumpía su dialogo interno. En eso sí que tenía razón su madre, las nuevas tecnologías eran bastante inoportunas, como una visita a deshoras. Lo ignoraría, tenía que conectarse, acabar el post que empezó a escribir hace días, programar, y como era costumbre, repasar el que saldría publicado a las 24:00h. Ignorando la inesperada visita, comenzó a escribir…
“Hace unos días volvía a casa en autobús, hacía ya mucho tiempo que no cogía uno. Es lo que tiene el coche, te acostumbras muy rápido a él. Aun así, es obligado reconocer que el transporte público también tiene su encanto, incluso su "fauna autóctona". Nada más subir, mientras buscaba un asiento para sentarme, me pregunté por qué en los autobuses, ya sean de línea o urbanos, la gente se sienta en los asientos que dan al pasillo y los que están libres quedan en la ventanilla. Luego en cada parada, cuando empiezan a subir los viajeros, los que ya están sentados bajan automáticamente la cabeza para evitar el contacto visual con los que llegan, y conseguir así que nadie se siente a su lado. Si analizamos el comportamiento del homo pasillus, tiene su lógica, siente invadido su espacio al tener sentado tan cerca a un completo desconocido.
Todos tenemos nuestra "burbuja de aire" portátil cuyas dimensiones dependerán de la situación. Y no lo digo yo, lo dice la proxemia que estudia cómo la utilización que hacemos del espacio influye en la forma en la que nos relacionamos con los demás. Incluso distingue una la zona íntima… de unos 15 a 45 centímetros, de amigos íntimos, cónyuge, familiares, amantes (tenía guasa la proxemia). La zona personal en la oficina, en una reunión..., la zona social que nos separa de los extraños y la zona pública a más de 3 metros, en la que nos sentimos cómodos para dirigirnos a un grupo de personas. Volviendo a nuestro autobús, ¿cómo no iba a sentirse molesto nuestro homo pasillus si tenía a escasos centímetros a una persona invadiendo esa burbuja?
La territorialidad es innata a nosotros, así que no debemos invadir el espacio de nadie porque lo forzaremos a defenderlo. Pero… ¿Qué hacer? Cuando el único sitio que queda libre, está en la ventanilla, y una señora mayor rodeada de bolsas se sienta en el pasillo. Estamos ante el homo territorialis, le pediremos amablemente que nos deje pasar y veremos que aunque no pueda ni levantarse con la carga que lleva, prefiere causar un atasco monumental en el autobús para que pasemos, en lugar de haberse cambiado de asiento. ¡Será cuestión de territorio!”
—¡Knock, knock, knock…! –Ese soniquete de nuevo, tenía que ser importante para que insistiesen de aquella manera, y ella sabía quién estaba detrás de ese mensaje.
—Retraso del vuelo a Gatwick, necesitamos gente para cubrir el turno. —Él de nuevo, a veces se planteaba si Esteban tendría vida fuera de su trabajo en el aeropuerto, se pasaba el día allí y desde luego no le temblaba la mano cuando les hacía acudir fuera de turno.
Era un fastidio, Las lunas de Rona tendrían que esperar, realmente el dinero le vendría muy bien. Apagó el portátil, cogió el uniforme y se vistió rápidamente.
El coche no arrancaba, ese trasto viejo le daba problemas de nuevo, tendría que coger el autobús, un poco irónico ¿no? Eso le pasaba por ponerse a escribir precisamente del transporte público. Se lo tomaría como una búsqueda documental para acabar de escribir, ¡Me bajo en la próxima! Entre toda esa fauna, ella sería el homo antropologus aburridus, observando al resto mientras pasaban las paradas, solo le faltaba la libreta de campo para ir anotando los comportamientos de las diferentes especies.
Tras un trayecto que se hizo eterno y teniendo que sortear alguna maleta que otra para poder bajar del autobús, llegó a su destino. Entró en la terminal y comprobó que realmente el aeropuerto estaba abarrotado de gente. La misma rutina de siempre, pasaría el control, saludaría a los guardias civiles que estaban de turno, y al tajo, a servir copas a los aburridos viajeros que esperaban pacientemente que sus vuelos saliesen por fin. Y pensar que era un trabajo en el que entró el verano en el que acabó la universidad. Su idea era ahorrar para alquilar un piso en el barrio viejo e independizarse. Consiguió alquilar el piso, de eso no había duda, pero llevaba allí nueve largos años, y cada vez se alejaban más sus viejos sueños de trabajar como periodista, realmente había transcurrido demasiado tiempo.
Tenía que centrarse y olvidar esas quimeras, porque el pub estaba abarrotado y la tarde sería movida. Entró y notó un barullo ensordecedor, al fondo Lola, recogía los vasos de pintas, que siempre faltaban por la velocidad en la que los viajeros consumían sin parar. Quique, preparaba en la cocina dos perritos, de esas salchichas de una carne indeterminada que uno no sabía muy bien lo que estaba comiendo, pero acompañados de cebolla pochada y salsa especial estaban riquísimos.
—¡Magui! —gritó Quique—. Te necesito en la barra, esto es una locura. Siento que Esteban haya tenido que avisarte, pero no damos abasto —dijo con urgencia.
—No te preocupes. No es la primera vez, una ya se acostumbra —contestó sin mucho convencimiento.
—Dos pintas, una shandy con un poco de grosella, chips and onion y otra a la pimienta. ¡Hola Magui, no te había visto! —interrumpió Lola.
Sí ya no era Rona, volvía a ser Magui, volvía a la realidad, volvía a la rutina de todos los días…
La tarde estaba siendo muy intensa, mejor así el trabajo le impedía pensar. Porque aun estando rodeada de gente, siempre se sentía sola. De repente, mientras ponía tres pintas de sidra casi mecánicamente, recordó las palabras del protagonista del libro que estaba leyendo, Hotel Paradiso. En el libro, el viejo ingeniero decía con acritud que se dio cuenta de lo solo que estaba “…cuando el silencio se volvió unánime” a su alrededor. Sin embargo, para Magui esa soledad, ese silencio no implicaban necesariamente sentir amargura, es más si como él sostenía “la soledad esta tejida de olvidos”. Lo que precisamente buscaba ella era eso, silencio, soledad y olvido. Un refugio seguro al que recurría cada vez que en su vida se topaba con alguna dificultad. Sin darse cuenta volvió a morderse los labios, siempre lo hacía cuando entraba en su mundo paralelo y se abstraía de todo. Siendo sarcástica y si las predicciones de su madre se cumplían, de seguir así aislada de todo y de todos acabaría como la ninfa Eco, encerrada y sola. Condenada por Hera, a repetir las últimas palabras de aquello que se le decía. ¡No estaría mal!, se dijo, sobre todo teniendo en cuenta que no tenía nada que decir, nada que compartir. Lo que sí tenía claro es que no acabaría como ella consumida en el fondo de su cueva hasta convertirse en una triste voz, por el rechazo y la burla de un soberbio y vanidoso Narciso. Magui no necesitaba cumplir ningún anhelo romántico pues tenía otro objetivo que la abstraía de su vida gris, sin expectativas, ni futuro.
Sí es cierto que durante mucho tiempo se sintió angustiada, pensando que todo lo que veía era lo único a lo que podía aspirar y que su horizonte y su rutina eran un límite insalvable. Pero encontró una luz, una ventana a otro mundo. Todo gracias a Rona, su avatar online. Lo utilizaba en todas las redes sociales en las que estaba, y además le había servido para dar nombre a su blog Las lunas de Rona. Su refugio, su rincón, su liberación. Allí podía hacer, decir y escribir, como Rona, lo que nunca hubiese hecho, dicho y mucho menos escrito como Magui. Era una superheroína con una identidad secreta, que debía proteger. Un anonimato que tenía algo muy especial para Magui, porque ella como la mayoría de las personas, en mayor o menor medida, era una gran anónima que permanecía oculta, pero que se convertía en una heroína espontánea en muchas situaciones cotidianas de su día a día. Y desde ese espacio oculto, tenía la capacidad de hacer grandes cosas que de otra forma se le habrían negado.
Quique le pidió que saliese a la terraza, acababa de producirse un retraso en la salida de un vuelo y en unos minutos tendrían a los malhumorados pasajeros allí. Todo debía estar listo. Pero ella continuaba distraída, o más bien perdida, enredada entre sus pensamientos. Una habilidad que cultivaba a conciencia, consiguiendo desviar su atención a todo menos a lo que debía estar atenta, como si fuese algo mecánico en su naturaleza que no pudiese evitar. El caso es que tan absorta estaba en sus cavilaciones que al salir por la puerta trasera para recoger la terraza, no vio que Lola, acaba de fregar una zona en la que se había derramado una bebida. Un segundo, un mal paso, un resbalón y Magui, acabó estrellando su cabeza contra la barandilla de madera maciza. De la fuerza del golpe cayó de espaldas al suelo quedando inconsciente.
Abrió los ojos, pero no sabía dónde estaba, ni el tiempo que llevaba allí tirada en el suelo. Perdida la noción del tiempo, solamente apreciaba a ver borrosa, la cara desencajada de Quique. Parecía que este gritaba algo, pero era imposible oírle, porque la única sensación que su cuerpo le permitía sentir era un intenso dolor y sin avisar… La oscuridad.
El despertar, fue aún más extraño que la caída, con su compañero a su lado mientras tomaba conciencia de que estaba en una ambulancia camino del hospital. Era incapaz de hablar y mucho menos de mantenerse despierta, todo era muy confuso. Una nube, una opresión se apoderaba de su cabeza y pensamientos. Una sensación extraña que la transportaba a ese espacio confuso que existe entre la realidad y la subconsciencia, donde nada es lo que parece y la razón deshace a su antojo. Ante sus ojos iban desfilando los personajes sobre los que acababa de escribir, parecían más reales que las formas y personas que apenas si podía identificar. Como a su llegada a urgencias, en la que le hubiese gustado esfumarse, convirtiéndose en el homo literatus que ajeno a todo, sacaba su libro y no levantaba la mirada de él hasta que llegaba a su destino, desapareciendo. Pero en su caso era imposible huir de allí.
Quique le pedía mil y una explicaciones para que relatase cómo había sido la caída, pero ella escuchaba su voz opaca, pixelada como su imagen. Sin duda, él era el homo parlante compulsivo, de su artículo, que agazapado en su asiento esperaba paciente a que algún desdichado se sentase a su lado para comenzar a hablar sin parar. Pero Magui no podía contestarle, ni tranquilizarlo, intentaba asentir, sonreír, pero le era imposible, la bruma volvía. Se sentía incapaz de comunicarse, solo acertó a cerrar los ojos… Y de nuevo la oscuridad.
El tiempo se había detenido, por hoy Rona había concluido su recorrido, así que solo pudo decir... ¡Me bajo en la próxima!
¿Os ha parecido interesante? Pues atreveos a vivir una historia cercana y actual... a la par que interesante por los muchos temas a los que nos acerca.
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