José María Martín-Consuegra Béjar
Datos del libro y del autor, pinchando en: Blog Libros Mablaz, todos los géneros
Sinopsis:
Esta novela narra diferentes viajes al Camino de Santiago. Se trata de un libro descriptivo, pero más de sentimientos y vivencias, que de paisajes y monumentos. A través de sus páginas, apreciaremos todo lo intangible que conlleva el camino, las amistades efímeras y las que no son tanto, el sentido compañerismo y al mismo tiempo, dejar al viento y las estrellas que definan el propósito y el ritmo de cada persona que emprende el periplo, ya sea peregrino, creyente o simplemente amante de la tradición más que milenaria que el andar en busca de la tumba del apóstol representa.
Presentación y extracto:
1. EL
VIENTO
Pablo era uno más, andaba entre nosotros,
vivía en el lugar, bajo la misma decoración de cualquier barrio de una gran
ciudad.
Capturaba el mismo oxígeno que cualquiera
de nosotros, pero era muy, muy especial... ¡brillaba! daba luz.
En su caminar, sin ningún tipo de
intención, dejaba huella en las personas. Desgastaba el sendero por donde
pisaba.
Su
edad era difícil de precisar. Tampoco era algo que tuviera importancia. Aunque
acertadamente adivinases su edad cuando mirabas sus ojos o hablabas con él, la
edad dejaba de existir… puff, desaparecía el tiempo. Uno se encontraba en un
plano equitativo, donde los años dejaban paso a las palabras, al tema a tratar,
que era realmente lo importante.
Le
observaba, hablaba con bastante frecuencia con él, le preguntaba lo aprendido,
lo andado, y siempre sus respuestas, fueron más o menos acertadas…
Creo que nadie le conocía como yo.
La
primera vez que tuve constancia de su existencia, o uno de los primeros
recuerdos claros de Pablo, fue un día del mes de noviembre.
Pablo, tendría unos 7 años. Se hallaba en
lo alto de un cerro, cercano a su barrio. No me resultó difícil penetrar en él,
en su pensamiento.
Su
mirada, se fundía en el profundo y bello ocaso. Pero no era esta belleza la que
en aquellos momentos veía.
Tanto su mirada como su pensamiento, se
encontraban en la coctelera de la creación. Por primera vez estaba formándose
en su corazón un universo de colores alegres y bellos. Estaba naciendo un gran
sentimiento que se dirigía de dentro hacia fuera. Intuía que ese era el camino
correcto.
Se estaba fabricando lo más grande “el
amor”.
En
aquellos momentos, sin tener claramente conciencia de ello, definirían sus
días, su vivir y quizás el arco iris que tendría que cruzar al final de su
existencia.
Pablo
se dejaba arrastrar por ese beso invisible, pero sentido, que dejaba el viento.
Este acariciaba su rostro, penetró en su oído obligándole a escuchar un
murmullo. Él lo interpretó en un acto de clarividencia, muy acertadamente como
palabras… y con el viento habló.
-¡Hola!, te siento pero no te veo, sé que
estas aquí, porque me acaricias y me hablas, aunque me cuesta un poco
entenderte.
El viento aflojó su caminar hasta hacerse
suave y tenue, haciendo que Pablo sintiera un leve cosquilleo en sus oídos,
diciéndole.
-Quizás así me entiendas mejor. A veces
olvido que aunque soy inmenso y mi fuerza es capaz de vaciar océanos, arrancar
montañas, he de hablar en lo que llamáis suspiros.
-¡Bien!, que bien te oigo. Dentro de mí,
tus palabras hacen eco con el latir de mi corazón.
Sé que eres grande y poderoso, pero lo
que más me apasiona amigo viento, es que estás en todas partes, que eres capaz
de enviar y recibir deseos, promesas, sueños y mil cosas más. Debes de ser
sumamente sabio.
-¿Sabio?.. no sé, ese concepto es humano,
no siempre sé entender bien vuestro lenguaje. Te diré que lo que sientes ahora de un modo ¿primitivo?, digamos, por
designar de alguna forma su nacimiento, a este único y gran sentimiento, es tu
primer acercamiento, Pablo, tus primeros pasos por el sendero del amor.
-Sí, acabas de iniciar unos turbulentos y
tímidos pasos en el camino que tendrás que recorrer hasta el final de tus días,
pero para ese final queda bastante aún.
-¿Amor?, pues será amor…, viento.
El corazón y la mente de Pablo pintaron y
dibujó desde aquel día llantos, flores, alegría y cientos de fantasías.
Escribió y escribió lo que él llamaba su
montaña sagrada de letras y palabras. Su primera poesía con 800 versos,
inacabada y constantemente modificada.
Hizo nuevos y grandes amigos, como la
luna, estrellas parpadeantes, nubes andarinas, castillos formados por ciertas
nubes en constante construcción, con puentes y almenas, hasta incluso con
guerreros a caballo, con dragones buenos y algunos feos o malos… Todo estaba
allí sin fantasía ninguna, en el cielo, que en constante movimiento creaba,
pintaba, borraba y construía.
Ese mismo firmamento, era “mágico”, se
decía Pablo. Cuando él encontró el cielo, al que miraba, despejado, limpio, era
una maravilla, eso parecía; reía y reía y su sonrisa lo inundaba todo con luz
cegadora, también, a veces se entristecía y lloraba, inundándolo todo con sus
lágrimas torrencialmente.
Pablo no creaba nada de este mundo nuevo,
que constantemente iba descubriendo, él solo miraba y todo lo que veía le
asombraba.
Todo lo que quería estaba ahí. Tenía
estrellas, con las que a veces lloraba, y otras con las que a veces reía.
Claro, que había una que era su estrella, con la que hablaba. La llamaba su
estrella “mágica”. Lo que deseaba se lo contaba, nada le pedía.
¡Qué mundo aquel! decía, tan grande y
bello, sin tiempo, sin límites. Hablaba, preguntaba y escuchaba a su amigo
viento. Con él conversaba sobre el proceso vital e invisible que marcaba cada
uno de sus pasos llamado amor.
Buscó ese sentimiento con prisas... se
equivocó y pagó... no escuchó a su alma ni al viento.
Tras aquella caída, quedo su alma muy
magullada, pero se levantó y siguió creyendo en él, con más fuerza y más luz.
Despacito anduvo por su sendero. Lo vio, escuchó y sintió de nuevo.
Pero normas y miedos hicieron que de
nuevo no escuchara a su alma ni al viento.
Tras caídas y caídas, el sendero del amor
aparecía más bello y hermoso, cada vez más grande y fuerte, se extendía por su
mente y por su alma.
Paso a paso, vivía en el día a día, y en
el tiempo no existente que su mente pisaba, soñaba y creaba.
Como siempre sucede, en ese instante en
el que el cuerpo y la magia se unen, saltan chispas y se crea la gran “LUZ”.
En un primer momento, es eso, una chispa,
un impulso, una sensación de algo nuevo, una premonición… el lenguaje del
interior, el hablar del alma.
2. EL
PEREGRINO
Pablo vio y escuchó ese lenguaje, en el
semblante de un hombre encorvado y tenso por el dolor que estaría soportando.
Recientemente intervenido, postrado en la
cama. En un claro intento de abandonarla. En ese momento fue sorprendido por
Pablo.
-¡Que haces, amigo!, pero no te das
cuenta que está todo muy reciente. Acabas de venir de una U.V.I., te encuentras
todavía muy débil y te puedes hacer muchísimo daño.
>>No te puedes levantar, deja que
te ayude. ¿Cómo te llamas?
-Soy
Manuel. Tendrás razón, pero es tal la necesidad que tengo de levantarme, de
andar, que no mido las consecuencias.
Y continuó dando una explicación.
-Hijo, tengo que salir de aquí lo antes
posible. He de pisar de nuevo mí amado camino, aunque sea por última vez.
El rostro de Manuel mostraba gran
melancolía y tristeza, pero a su vez, asomaba en sus ojos un brillo
esperanzador y determinante.
Pablo no entendía, ni sabía lo que aquel
anciano (parecía, muy mayor), quería decir con eso de su amado camino. Lo que
sí entendía y veía era la fuerza que infundía en él... ese amado camino. Tenía
que ser realmente algo “grande”.
-Vale Manuel, pero antes de dar un paso,
si te parece, vas a intentar levantarte y sentarte, después ya se verá cuándo
empezarás a andar. Empecemos, amigo, por el principio, levantar y sentar.
Manuel, con la ayuda y experiencia de
Pablo, logró sentarse, ahogando más de un ¡ay! de auténtico dolor en su
interior.
-Ahora cuéntame, ya que está medio
acomodado, ¿qué es eso de tu amado camino?
Manuel, sentado dentro de una comodidad
dolorosa pero soportable, habló.
-¿Qué va a ser pues? ¡El camino de
Santiago! Chico, es lo más grande que existe, es lo más hermoso de mi vida. En
él, mis pulmones inhalaron rayos de sol, mis pies tocaron y anduvieron por
piedras, senderos alfombrados de vegetación bellísima, pisaron barro, arena y
cantos. Ellos sintieron el paso de millones de pisadas anteriores, todas ellas
de muy distintos calzados y con muy distintos propósitos e ideas. Pero todos
íbamos en la misma dirección, por el mismo camino. El camino amigo mío es...
Pablo, con la boca entreabierta, con sus
oídos en extrema atención, para no perder palabra. Su imaginación creando y
formando a contrarreloj, las escenas del relato que contaba Manuel.
Manuel no se daba apenas tiempo para
coger aire en la carrera de palabras que iba pronunciando. Sus gestos, cara y
movimientos, intentaban pintar cada una de las escenas que iba relatando…. Se
embriagaba hablando de su amado camino.
La amistad de Manuel y Pablo era cada vez
más fuerte. Los relatos de Manuel sobre el Camino de Santiago, ocupaban todo el
tiempo que estaban juntos. Era como si en toda su vida no hubiera existido otra
cosa que el Camino. Toda su vida y existencia se basaba en él.
Pablo trabajaba en el hospital. Estaba
curtido de ver a personas sufrientes, desahuciadas. Ver, observar y tratar a
personas en las que su sendero llegaba médicamente a su fin. Pero, estaba
comprobado que ese sendero se prolongaba más y más. En más de una ocasión, casi
siempre en silencio se creaba la magia, el ¿milagro? ¡Sí!, el milagro de creer,
de atravesar la frontera de las normas, del miedo, del conocimiento escrito y
de la mente humana. Todo estaba ahí, en nuestro interior, y por ello lo que era
algunas veces gris, sin explicación alguna, sin cimientos científicos, sin
ningún tipo de realidad. Ese gris se convertía en un blanco brillante que
nublaba al resto de los colores y era más real que la muerte esperada y
reinante un tiempo atrás.
Él decía que sobre el ser humano, nada
estaba escrito y qué poco sabe sobre sí mismo. El estudio sobre uno mismo
debería de ser la primera prioridad. Todo lo que necesitamos está en nosotros.
Manuel, 80 años, operado de una neo de
colon. Fistulizado tres veces, con veinte días en UVI... y con unos cuidados
médicos y humanos adecuados, mil sueros puestos, un quiero hacer el camino de
Santiago, y su última credencial aprisionada entre sus dedos repleta de sellos,
que dan fe de los albergues en los que pernoctó en su último camino...
Salió una bella mañana de aquel hospital,
preparado para seguir escuchando a su interior y seguir la senda indicada, con
el destino que su espíritu forjara.
Seguro que al menos un camino de Santiago
más andaría, o si no al menos, un fiel seguidor de sus andanzas empapado de sus
enseñanzas, intentaría realizar aquel camino de sueños y esperanzas..., Pablo.
3. Primeros
pasos
La semilla del mítico Camino de Santiago
latía en su interior, como también lo hacía en su alma. Era un constante
resonar de cada una de las palabras de Manuel, describiendo el misterioso
camino.
Habló con el viento. Ese viento que
seguro que caminaba o mejor, volaba por el camino de Santiago.
Quería hacerlo, se lo dijo a su estrella
y sintió en su corazón un alborotado y gozoso latido.
La ansiedad le embargaba el cuerpo y sus
pies ya se veían deslizándose en ese terreno de ¿misterio?
¡El
camino le esperaba!
Según le comentó Manuel en alguna
ocasión, tendría que prepararse físicamente: andar al menos entre dos o tres
horas al día, preparar un buen equipamiento, ya que evitaba muchos incidentes,
conseguir una buena información y mil detalles más que este hombre le contó.
Todo eso sería importante para cualquier
persona lanzada a una aventura física y desconocida, pero Pablo sabía que lo
único que necesitaba era vencer sus “MIEDOS”. Y eso era algo más que esa
preparación física, más que un gran equipamiento y más que esas mil cosas.
Sabía que la más mínima de las excusas, la más mínima dificultad creada en su
mente sería sumamente poderosa como para paralizarlo del todo y abandonar.
Su preparación y su lucha serían consigo
mismo. Ese grito totalmente perceptible en su interior es lo que lo tenía que
llevar hacia la meta de su sueño. Simplemente tenía que dejarse llevar…
escuchar el susurro lleno de palabras sabias que el viento pronunciaba.
Todo llegaría y llegó...
¡Pisó el misterioso camino y pisó sus
miedos! Pablo abrazado a su amigo viento caminó por un paraje bello,
fantástico, mágico. Sí, esa era la palabra, ¡MAGIA!
Todo era para él, mágico y desconocido,
pero no por ello sombrío.
Desde un principio, el camino hizo su
presentación, con un colorido de esperanza y un saludo de enseñanza.
Cuando salió de la estación de Sarria
(Lugo), Pablo flotaba en cada paso que daba. Atrás quedaba la larga noche en
tren, el trayecto tortuoso, la incomodidad del viaje, el insomnio pero también
el sueño propio y compartido con el resto de los pasajeros que como él, se
enfrentaban a la magia del camino, a la búsqueda de su aventura personal y
Pablo, flotaba a cada uno de los pasos que daba. En el primer paso que dio
fuera de la estación, pintado en un muro de piedra, (quizás de granito) estaba
escrito el primero de los mensajes que encontraría; decía así: atiende a las
señales de tu camino.
-No
sabía amigo viento que también escribías en los muros -se dijo a sí mismo.
Temblando
de emoción y con lágrimas a punto de estallar, emprendió una empinadísima
cuesta que le llevaría al albergue de la localidad y así poner su primer sello.
Pero en su credencial no se estamparía el sello del albergue de Sarria. En el
albergue lo que encontró fue muchísimo movimiento, personas haciendo sus
mochilas, rostros cansados, sonrisas de niños emocionados, e intuía que
deseosos por iniciar la marcha.
Miró
a su alrededor y todo le pareció precioso: paredes de roca, mesas de madera.
Todo le parecía natural y duro.
Más
adelante le indicaron que podría sellar en protección civil. Allí fue con paso
ligero a por su primer sello. Un agente desperezándose le estampó el sello...
lo contempló, qué hermoso era. Era la figura de un peregrino, con barba, gorra,
manto y bordón o bastón... guardó cuidadosamente su credencial en un plástico,
para protegerla de la lluvia o de la humedad y la introdujo en el bolsillo
interior.
COMENZÓ EL CAMINO…
Ante él se extendía una fila de
peregrinos, cuya cabeza no llegaba a distinguir. Todo era una procesión. Había
grupos, parejas y personas que habían venido solas. Había familias, niños,
ancianos y… el viento.
Tenía que contener las lágrimas
constantemente, aquello le superaba. A cada paso que daba, se situaba, se
integraba en la magia de todo aquello.
“Buen camino”, era la frase con que le
saludaba todo aquel que se cruzaba, o adelantaba en su caminar o los que se
encontraban sentados en un lado del sendero, o bien charlando, comiendo o
mirando a las estrellas en aquel soleado día. Porque Pablo veía estrellas y
entendía que los demás también las veían al mirar al firmamento.
Exclamaciones había a cada paso. ¡Mira es
un puente romano!, ¡mira papá helechos!, dame la cámara, ¡qué bonito!, ¿paramos
en ese roble?... ¡qué bello era todo!
Bosque de Sarria, ahí en la primera
curva, tras pasar un puente de madera, se encontraba una pequeña selva, una
maraña de vegetación de un colorido de mezclas infinitas de matices, dando a
todo un tono de majestuosidad y fábula. Tras esa primera curva, llenos de
admiración gritaron dos niños, lanzándose a la carrera. Pablo como un niño más
corrió con ellos…
Ahí estaba un inmenso castaño, su tronco
grandísimo, lleno de nudos, rugosidades, y alguna que otra cueva. Sin darse ni
cuenta, todos estaban abrazados a él. Aquel castaño parecía haber sido sacado
de un cuento de hadas, o dicho de otra forma: en un cuento de hadas jamás
faltaría en su descripción tan encantador árbol.
-Vamos dame la mano, a ver si entre los
tres podemos abarcar el árbol le dijo uno de los niños a Pablo, cogiendo su
mano.
No, no llegaban a abarcar el precioso
castaño entre los tres.
Aquello y todo lo que le rodeaba era para
Pablo, “mágico”. Hubo gritos procedentes del grupo de aquellos niños. ¡No
corráis!, os vais a fatigar y no podréis seguir. Venid aquí con el grupo. Lo
veremos todo. Disfrutaremos todos juntos, pero sin prisa. Reservad todas las
energías que podáis, todavía nos queda bastante ascensión y es muy dura.
Al llegar el grupo al majestuoso árbol,
los niños gritaron: fotografía, fotografía...
Venga todos juntos, fotografía. Que se
quede también el señor, dijeron algunos, invitando a Pablo.
-Bueno me quedo, pero para hacerles la
fotografía, así saldrán todos.
Era un grupo de 3 niñas, 5 niños y 6
adultos. Pablo, no tardó en darse cuenta que era un grupo de alguna asociación
oncológica. Sus cabezas iban cubiertas con pañuelos atados tipo pirata, en su
mayoría, algunos también llevaban gorras. Sus cejas escasas o sin vello,
delataban su enfermedad, pero todo era guay.
Cada paso del fabuloso bosque era propicio
para una fotografía de postal. Esos árboles daban misterio o leyenda al
caminar.
Daba pie a que la imaginación volara al
infinito, sin el menor esfuerzo.
Comenzó la fatiga, la fortaleza física,
disminuía. Gotas de sudor resbalaban por el rostro de Pablo. Sabía que no
estaba preparado; su preparación procedía solo de su pensamiento, de su mente,
de la fuerza de voluntad, nada más.
Llegó con muchísima dificultad a coronar
el majestuoso bosque. Delante se extendía una preciosa explanada. Pablo, antes
de acometerla, necesitaba un respiro. Se sentó entre los dos últimos árboles
del bosque, descargó su mochila, sacó un cigarrillo, lo prendió, se tumbó y
cerrando los ojos quiso sólo escuchar el susurro del viento. Le agradecía como
nunca su visita… todo su cuerpo era reconfortado. Era un auténtico placer
sentir al suave viento en su rostro. No quería hablarle, tan solo sentirlo, era
todo lo que necesitaba, ese delicado frescor y su cigarrillo, inhalando un
veneno, tan placentero en aquellos momentos.
Encontrándose en este éxtasis, escuchó un
jadeo acompañado de unas palabras en tono serio y preocupante. ...
Si les ha parecido interesante, está disponible en nuestra Web editorial, pinchando en: Mochila, Bastón y el Viento, la magia del camino de Santiago
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